El cuento de los riesgos

(Versión de mi amigo Fernando Canu)


Si bien quedaba un par de leguas de Tricao Malal, el paraje estaba nevado y el invierno se venía frío y heloso.

– Doctor, avisan por radio que hay un niño enfermo, y necesitan atención médica.

Al comentario de Alfredo le sigue el de la enfermera de guardia:

– Ojo que es una familia de riesgo. Más vale ir preparados. Porque por ahí la vuelta se hace difícil, con el temporal que se viene.

Adrián ya se estaba preparando. Aunque poco conocedor bien alentado, le indicó al chofer que se apurara.

– Y… si usted lo dice, cargo la pala, pongo las cadenas y salimos. Va a ser conocido si le podemos a la cuesta del León.

Esteban, el chofer, aportaba realismo pero tampoco aflojaba.

Cuando encararon la huella ya había oscurecido. Y le pudieron a la cuesta sin palear. Y ya cerca, se orientaron por el candil del ranchito, con su luz tenue, parpadeante pero avisadora.

El ranchito era de los hundidos en la tierra. Guardaba el calor en invierno, y era más fresco en verano. De aberturas pequeñas, había que embocar la puertita después de bajar los escalones de entrada.

Grande el contraste. Afuera todo blanco. Adentro todo oscuro.

Un solo ambiente, para peor lleno de humo. Bancos a lo largo de las paredes. Hombres sentados, mujeres fregando. Y el bebé, bien arropadito con la matra encima del catre.

Todas las miradas convergen en Adrián, el médico nuevo.

Consciente de ello, se planta al lado del catre, casi en el medio de la habitación.

Protegido con su estetoscopio, prefiere examinar al niño primero. Es más fácil que hablar, que romper ese silencio impuesto por el desconocimiento mutuo.

El niño despierta con las primeras maniobras. Llanto enérgico. Tan mal no estaba.

De repente, siente unos codazos propinados suavemente por Esteban. Como avisando algo. Una y otra vez. Reiterativa la cosa.

– Esperá un cachito, que termine de revisar…

– No, no… Adrián…

– Esperá te digo…

Un poco molesto por la insistencia, y a pesar de que quería terminar el examen, responde a la demanda de Esteban.

– ¿ Qué está pasando ?

– Mirá al suelo lo que estás pisando.

Recién entonces Adrián Lammel registra algunos susurros y risas contenidas de los presentes.,

En los ranchos pobres del lugar, a falta de económica, se acostumbra poner en el centro del ambiente, en el suelo, una chapa, y encima se hace fuego. Para calentar y cocinar.

En este caso colocaron el catre del niño para que estuviera más abrigado. El pobre Adrián, al advertir que estaba pisando las brasas, salió disparando para afuera, a apagarlas con la nieve.

Eso sí, le quedaron unos buenos agujeros en las Adidas nuevas. Pero, ¿quién ha visto Adidas para la nieve?

El niño no estaba tan enfermo, pero la familia de riesgo se quedó sorprendida de haber conocido al arriesgado médico nuevo.

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