Mi amigo Quique Perea, médico rural si los hay, estuvo destinado muchos años en Río Mayo, en el suroeste de Chubut.
Lo conocí hace muchos años, en oportunidad de una invitación que recibí de la Universidad San Juan Bosco en su sede de Comodoro Rivadavia. Y desde entonces cultivamos un vínculo afectivo e intelectual muy fuerte, más allá de la frecuencia relativa de nuestros encuentros.
En aquél bello lugar patagónico hizo de las suyas. Persona y médico iconoclasta, nunca se sabía para donde iba a rumbear.
Pero quién las hace…
Del área rural trasladaron a una joven de rasgos tehuelches en trabajo de parto. La acompañaban el agente sanitario y un hombre maduro, corpulento, macizo, de rostro patibulario, callado hasta la exasperación. Para más datos petrolero de pozo.
– Mi marido podrá entrar ?
– Si usted lo pide…
El “hechor”, sin perder su postura, accedió a asearse y enfundarse el uniforme obstétrico para ingresar a la sala de partos.
Todo parecía surrealista. Completando el cuadro, la joven en vísperas de parir su primer niño, el “hechor” con una bata color verde claro desteñido, botas, gorrito y barbijo al tono. Adela, la enfermera de guardia, corría de un lado a otro en su papel de directora de orquesta, y Quique, impasible con los brazos cruzados , sentado en su taburete de madera en un rincón, tomaba de rato en rato su mate que no lo abandonaba en ningún momento, quizás pensando en la poesía que había comenzado en esa madrugada de guardia hospitalaria. Nunca un Nelson ni un tratado de emergencias.
Continuó el tiempo expulsivo, que se hacía lento. Quique observó el líquido amniótico claro que surgió tras la ruptura espontánea de las membranas, la dilatación del cuello uterino se había completado, los latidos estaban bien, las contracciones se sucedían, pero el niño no descendía.
De haber estado algún otro galeno posiblemente hubiera optado por los ocitócicos u otras menudencias, pero no era el caso. Eso sí, el agua del termo no se le debía enfriar.
Abandonando momentáneamente su mutismo el “hechor” introduce un pensamiento:
– ¿ Pasa algo ? Parece que no sale…
– Usted la ayuda a su mujer ahí o atiende el parto acá…
– Porqué no lo deja atender el parto a él ?
Al toque Quique accede al pedido de la mujer. Mandado a hacer en lo que a desmedicalización se refiere. No por nada es lector devoto de Iván Illich. El petrolero, con guantes de látex brillosos en sus manazas, muy atento se colocó en actitud de receptor.
Quique controlaba los latidos y las contracciones. No regaló su espacio técnico pero respetó el protagonismo de ambos padres. El dilema de siempre: el nacimiento, y la muerte, es un acto médico, ¿ o familiar ?
Además, ¿ excluye uno lo otro ¿
La enfermera, expectante, optó por la quietud. Ya sabía que cuando se le arrimaba algo en la cabeza a Quique no le entraban balas y menos consejos.
Además eras de las veteranas, así que no se asustaba así nomás.
El galeno fue instruyendo al hombre en una improvisada clase de técnica obstétrica rural acerca de los pormenores de la situación hasta que inició la cabeza la salida. Advirtió una doble circular de cordón, sin duda la causa del enlentecimiento del período expulsivo. Ligó y cortó en una maniobra eficiente, acompañó con sus manos las del “hechor” en la maniobra de desprendimiento y el padre, con lágrimas en su rostro recibió a su hijo con cariño inusitado. Nada que ver con su onda previa.
Tomó al niño en sus brazos, éste lanzó sus primeros berridos, lo meció besando su mejilla y prestamente se lo acercó a la feliz madre que lo acompañó en su alegría.
Hablar, hay que decirlo, no hablaba nunca. Pero no se perdió ningún control, se aprendió de memoria el plan de vacunación, aprendió a lavar y coser, a cambiar los pañales con los ojos cerrados, siempre con la canastita adornada con los moñitos celestes que compró en la tienda del barrio.
Eso sí, obsequió con un mate con su respectiva bombilla a su maestro en técnica obstétrica:
– Para que mejore la cebadura, sabe… Y también para que convide.