La cocinada del viejo Zurita

Según la contada del inefable Livio, la vida en el campo exige flexibilidad.

Lo que se dice disponer de un enfoque holístico.

En la ciudad, uno puede especializarse. Por ejemplo ser oficinista toda la vida. O policía, o lo que sea.

Pero en el campo eso no corre.

Más cuando uno se dedica al madereo.

Por eso el Viejo Zurita le hacia a todo, o a casi todo.

Una temporada era leñador, la otra camionero o tractorista, o si no había otro le hacía a los bueyes.

Siempre en la zona del Futalafquen.

En realidad los bueyes era lo que más le gustaba. Cuando los enyugaba los acariciaba, les daba una buena porción de pasto y los cuidaba como si fueran sus hijos. Y nunca les faltaba una caricia de sus rudas manos. Si hasta les cantaba. Hay que decirlo, bastante desafinado les cantaba, tanto cuando los rumbeaba al lugar del desmonte o cuando los volvía al cuadro donde los guardaba.

Pero ese día no le tocó manejar bueyes. Recibió otras indicaciones.

El capataz, don Ordenador Pereyra, tenia que hacer frente a un imprevisto, cosa bastante habitual:

– Don Zurita, usted va a tener que hacerle a la cocina. Se nos tropezó el Peuco en el boliche y a usted le toca encargarse.

– Y bueno… si no hay otra.

La cosa es que el Viejo Zurita se armó de paciencia y condimento. Rebuscó de algún lado buena carne aprovechando un jabalí medio suicida que se había arrimado al campamento el fin de semana pasado.
Luego de pensarla un rato, se decidió por un estofado. Por suerte tenía cebolla abundante, fideos, buen cilantro y le sobraba intuición gastronómica..

Y así le entró a la tarea, cuchillo en mano y piedra de afilar al toque.

El fuego, lo de menos. Leña había de sobra. Y para más, marmita de fierro de las de antes. Ni ayudante pidió. Aunque tampoco se lo ofrecieron.

Y metiéndole a la cocinada, se le pasó la mañana.

Cuando consideró que había alcanzado el objetivo culinario, ni se molestó en llamar a los comensales.

Los madereros se autoconvocaron como moscas en la miel, por la hora y el aroma.

De allí el comentario por demás demostrativo de don Ordenador:

  • Oye, don Zurita, que rica hediondez.

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