Era un clásico. Cada vez que se armaba una movilización en Viedma, allí estaba Juan Pablo con su guitarra.
Y parecía que las olía. Porque hay que reconocer que no siempre los organizadores de movilizaciones se caracterizan por un adecuado manejo de los medios de comunicación social.
Y eso que no siempre se le hacía fácil. Como la vez que para acompañar la marcha de los tractores de los chacareros tuvo que escaparse de la internación en Salud Mental. Había que verla a la Diana a las puteadas por la fuga de nuestro héroe. Lo peor es que después se manda la parte con lo de la desmanicomialización promoviendo los enfoques ambulatorios.
Esa vez Juan Pablo tuvo que peludear bastante para no faltar. Otra vez estaba internado.
Hacía dos días y por una crisis de abstinencia alcohólica.
Pero la hizo fácil. Consiguió un tetra para componer el cuerpo, se lo manducó y quedó sano y bueno. Se hizo de su guitarra y rumbeó para el Consejo Deliberante. La movida era de ATE y no podía dejarlos en banda. Eran buenos muchachos, y para mejor solían hacer unos asados de aquellos en la sede.
Como siempre, punteó la marcha. Siempre le gustaba ir adelante.
Antes era más jodido. Los milicos fajaban mucho. No había quién los parara. Como aquella vuelta de la huelga de los maestros. Encima se la dieron a la guitarra. Que se la agarren con uno, vaya y pase, pero al instrumento no… Ya ni al arte respetan esos jodidos.
Llegada la marcha al Consejo, había que entregar el petitorio. Aunque ignoraba de qué se trataba, seguro que lo que se pedía era justo. Ya habían pasado las vallas. Sólo quedaba la puerta grande. Pero no era poco. Estaba más que custodiada por una mujer enorme, con cara elitista de pocos amigos. Se notaba que no le hacía a lo popular. Había que observarla a la cuidadora de puerta. Grandota, más robusta que gorda, eso sí, bien pechugona.
Cabellera enrulada y desordenada. Transpiraba a rabiar mientras dirigía miradas de odio a cualquier manifestante que osara acercarse a su humanidad, por decirlo de alguna manera.
De repente, y más allá de la voluntad de Juan Pablo, por conjuro del vaivén de la masa manifestante, quedaron frente a frente. Se observaron recelosos.
De repente, se hizo el silencio. Y recién entonces, guardiana le gritó:
– ¡No tiene cara usted! Con mala junta. ¡Y encima borracho¡
La impotencia se apoderó de Juan. No podía ser. Vendida a los políticos y encima mal arreada.
– A mí la borrachera se me va pero a vos la feúra no se te va a ir nunca.