Marcela y Carlitos son una pareja de aquellas. Se conocieron en Las Coloradas, pequeño pueblo del Departamento Catanlil. Ella, médica del hospital; él veterinario de Hueché, una institución que orienta a los chicos de la zona en tareas rurales.
La cosa es que se juntaron, y como para disimular un poco al tiempito se casaron. Por suerte, porque las malas lenguas ya le estaban dando máquina. No era para menos pues el bebé estaba haciendo fuerza por nacer.
Todo bien, se trasladaron a Loncopué, donde Carlitos, en los ratos libres que le deja la confección de alimentos envasados y la confección de sus famosos cuchillos, le hace al tratamiento de los animales de la zona. Y así le desfilan los bichos, y bien que los hace peligrar. Pero el cuchillo no solamente le gusta para confeccionarlo. También para usarlo en el cuerpo de su víctima de turno. Cirujano veterinario que le dicen.
Esa tarde Marcela estaba arreglando el jardín del frente de la casa cuando alcanzó a pasar doña Eufrasia, reconocida vecina del lugar.
– Hola Dra. Cómo anda su marido, el veterinario.
– Bien, doña Eufrasia. Y no le aclare tanto, que por ahora tengo un solo marido, precisamente el veterinario.
– Sí… claro.
– Y por su parte, cómo andan las perritas que Carlitos le castró hace dos semanas ?
– Lo más bien, correteando como perritos.