Los comienzos eléctricos de Rafael

Rafael, el director del Ente de Energía del hermoso pueblo de Tricao Malal, impresiona siempre por su eficiencia laboral.

Cuando aparece alguna dificultad en el servicio, todos apelan a su conocimiento, y, sobre todo, a su energía para resolver el problema del momento, técnico o de otra índole. Sea cual sea. Un transformador que sale de servicio, un drama pasional de algún empleado, un vehículo que falla, etc.

Para todo tiene respuesta.

Dicen los vecinos que siempre fue así, aunque sus comienzos en el trabajo son parte de la leyenda lugareña.

En ese entonces manejar la electricidad no era moco de pavo. La cuadrilla de operarios lo recibió con reservas. Los veteranos tenían lo suyo. Largos años de compartir penas y bonanzas. Formando lo que se decía un grupo muy cerrado. Prefirieron observar y esperar un poco para ver la madera del joven Rafael que justamente ese día intentaba integrarse al trabajo.

Le habían dicho que la cosa tenía lo suyo. Que corría peligros, que tenía que cuidarse, apelar a su sentido común mientras iba aprendiendo. Quedó medio mareado de todas las recomendaciones que recibió. De los que sabían y de los que imaginaban. Con todos los mitos que rodean el mundo de lo eléctrico. Eso sí, todas las prevenciones eran bien intencionadas. Pero cuántas….

Por el momento, esa mañana cuando llegaron al poste derribado por la tormenta, la sufrida cuadrilla se encontró con un descalabro. El poste arrastró los gruesos cables y en su debacle los cortó por doquier. Trabajo, mucho trabajo. Que profundizar un enorme pozo, que ordenar el desastre. Todo en silencio, los veteranos se repartieron la actividad sin siquiera hablar entre sí.

De vez en cuando, Esteban, el más joven, se encargaba del consabido asado a la parrilla.

Nada del otro mundo: unos chorizos, alguna que otra morcilla, y, por supuesto, algunas costillas. Acompañando, el pan amasado por la señora de don Emilio, el capataz. Y nada de bebidas alcohólicas.

Exigente don Emilio, por eso de la prevención de accidentes. Con la mirada nomás aleccionaba a su gente.
Rafael, hacía lo que podía. No recibió ninguna indicación. Por sobre todo observaba.

Al fin Esteban habló:

– Bueno, muchachos…. basta. Que se quema el asado.

Como por arte de magia, todos abandonaron, instantáneamente, lo que estaban haciendo. Se nota que había hambre.

Y fue entonces que Rafael observó uno de los cables seccionados por la furia del vendaval abandonado un tanto desaprensivamente en el suelo. La punta, desprotegida de su cobertura, se exhibía con su peligrosa desnudez desparramada en el barro.

Al fin la oportunidad de hacer algo creativo, de prevenir un accidente. Aparecieron en la memoria de Rafael los prudentes consejos oportunamente recibidos. Que la transmisión de la energía, que el aislamiento, que el peligro de la humedad, etc. etc.

Era la oportunidad de hacer algo provechoso, de demostrar a los veteranos que tenía iniciativa, que merecía la oportunidad de pelear por un lugar. Y sobre todo, que por lo menos le dirigieran la palabra.

Y allí nomás entró a manipular el cable, a pesar de su diámetro y consistencia.

Los veteranos haciéndose lo distraídos, le entraron a los chorizos, que enseguida fueron historia. Y ya casi no habían costillas cuando Rafael, sudoroso, se integró al almuerzo.

Ningún comentario.

Tampoco nadie comentó nada cuando al retornar al trabajo se encontraron con la obra de arte de Rafael: un poderoso nudo confeccionado a medio metro aproximadamente del lugar de sección del grueso cable, destinado a impedir, mecánica y diría mágicamente, tanto el flujo eléctrico como la posibilidad de accidentes.

El surrealista nudo de Rafael, a semejanzas del gordiano de Alejandro Magno, ingresó en la historia grande del lugar chico.

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