Mi amigo Ricardo, acompañado por Don Gómez, fue a visitar al reconocido cuentista Don Gómez padre (mejor dicho bisabuelo).
Éste era famoso por sus historias, que recorrían los caminos y sendas del norte neuquino.
Y despertaban conflictos aquí y allá. Por cuestiones de creencias, que le dicen. Porque estaban los esperanzados, con ellos todo bien. Pero también los antisépticos. Los que se adherían al método científico. Con estos nada que ver.
Se nota que a mi amigo Ricardo le sobra el esperanzismo, porque bien alentado le pidió al remiserio Gómez que lo lleve a ver a su padre (digo bisabuelo).
Apenas sentados, nada rogado el hombre, ni necesitó que Ricardo le pidiera un cuento, que ya le endilgó el de Jesús, el pescado ladero.
Hay diversas y discutidas versiones acerca del ítem clasificatorio en que se podía incluir a Jesús. Algunos, tímidamente, sugerían que era un pejerrey. Otros, que era una cruza con perca. No faltaba el fantasioso que aseguraba que Jesús tenía algo de delfín, por su apego a Don Gómez padre (digo bisabuelo). Pero esa versión era descartada por todos. Porque el delfín es un pez de mayor tamaño, porque vive en el mar, etc. De manera que la incluyo en el relato solamente para mostrar lo discutido del asunto genealogía jesuítica.
Vivía en la pecera de la sala de Don Gómez padre (digo bisabuelo). Que no era muy grande, pero tampoco Jesús se destacaba por su corpulencia. Más, se podría decir que era un proyecto de pescado. En fin, sería un pescadito. Encima, bastante quedado. Se movía poco en la pecera. Quizás un par de veces cuando recibía el alimento. Descansaba como esperando el diario paseo con Don Gómez padre (digo bisabuelo). Y temprano, porque se podrán decir muchas cosas de Don Gómez padre (digo bisabuelo), pero que era madrugador, era madrugador. Un par de pavas de mate, una cañita como para componer
el cuerpo, y ya estaba listo para enganchar el sulky al Patasucia, el moro que lo acompañaba desde hace un montón de años.
Y entonces, casi estaba en condiciones de ir al bar “El Portentoso”, que distaba exactamente tres cuadras y media de su casa. Y digo que estaba CASI listo porque faltaba la operación: “traspaso de Jesús”. Operación que incluía meter a Jesús dentro de una jarra ad hoc con agua y depositarlo en la acequia.
Y ahora sí, ya todo listo, Don Gómez padre (digo bisabuelo) subía al sulky y orientaba los pasos del Patasucia hacia el conocido bar “El portentoso” que, como dijimos, distaba tres cuadras y media de su domicilio. Nunca se sabrá si el andar cansino del Patasucia se debía a su longevidad o a la intención del cuadrúpedo, por llamarlo de alguna manera, de facilitar el acompañamiento de Jesús en su matutino desplazamiento. Porque Jesús tomaba la acequia por su cuenta y acompañaba al Patasucia y a Don Gómez padre (digo bisabuelo) al bar de marras.
En realidad Don Gómez padre (digo bisabuelo) no percibía el desplazamiento de su amigo acuático. Simplemente lo intuía. Por eso, cuando llegaba a destino, se cercioraba que Jesús también lo hubiera hecho. Y entonces sí, casi con la satisfacción del deber cumplido, enfilaba sus pasos hacia el viejo mostrador de roble pellín donde compartía cañas y otras esencias con sus amigos del bar. Raro eso de curdas madrugadores, porque siempre a la madrugada los borrachos suelen estar terminando su juerga. Pero éstos no. Éstos a la madrugada iniciaban su proceso degustatorio. Y cuando se acercaba el mediodía, Don Gómez padre (digo bisabuelo) se retiraba del ámbito portentósico y se daba una vueltita bichando la acequia como avisando a Jesús que era hora de volver. Montaba el sulky y esta vez era el Patasucia el que se hacía cargo de la orientación del móvil hacia el domicilio. Bajaba entonces Don Gómez padre (digo bisabuelo) y con la poca lucidez que le quedaba, con su clásica jarra hacía el traspaso de vuelta de Jesús a la pecera.
Y así todos los días en una rutina que no por repetida dejaba de ser singular.
Hasta que la repetidez un día se interrumpió.
Y cuándo no, la cuestión tenía que ver con una dama que provenía de la vecina provincia de Mendoza. Nunca se supo demasiado bien cómo surgió el vínculo entre Doña Imprevista y nuestro héroe, pero lo cierto es que el entusiasmo por la visita hizo olvidar a Don Gómez padre (digo bisabuelo) de su clásico paseo portentósico.
Y llegó Don Gómez padre (digo bisabuelo) a la hora en que el sol corona el cenit, fresco, sin una gota de alcohol encima. Y encima, sano y bueno. Y enganchó el sulky al Patasucia, pero esta vez tenía compañía en el asiento, y no sólo en la acequia. Nuevamente la operación con la jarra pero esta vez no fue la acequia el destino de Jesús sino un remanso del río Nahueve donde Don Gómez padre (digo bisabuelo) y Doña Imprevista degustaron sus vituallas, alguna gaseosa (sin alcohol), anque algunos mates, y se confiaron sus cuitas.
No faltan las malas lenguas que aseguran, aunque a mi entender sin demasiado sustento, que se dedicaron con entusiasmo a actividades amatorias.
Luego de un rato, levantaron sus petates y ya estaban por emprender el viaje de regreso cuando Don Gómez padre (digo bisabuelo), con la jarra de rigor, fue a buscar a Jesús y hete aquí, lo encontró muerto.
Dicen los informados que el veterinario al que consultó, pleno de culpa, Don Gómez padre (digo bisabuelo), diagnosticó al observar el cuerpo exánime de Jesús: “Este bicho se suicidó por un ataque de celos”