Como otros muchos vecinos del lugar, Adelina Muñoz confió siempre en las virtudes de la medicina popular. La del mal de ojo, del empacho y otras yerbas. Y por ello también en las propiedades curativas de los yuyos, malezas según el punto de vista de la medicina formal, buenazas según la opinión de mi amiga Marcus, que si bien es médica académica, conoce y respeta el modo local tradicional. Lo uno no quita lo otro, sobre todo si se lo hace con respeto. Pero para respetar es necesario conocer, para no caer en el prejuicio.
En los tiempos de esta historia, en el hospital del lugar, la posición de los profesionales del arte de curar (casi en su totalidad migrados de las grandes ciudades) era homogénea: nada de yuyos ni de curanderos, por aquello de las intoxicaciones. Eficaz la prédica de la corporación tecnocomercial de la enfermedad: nada de competencia con nuestros redituables y elaborados productos.
No era esa la opinión de la mayoría de los hospitalarios no académicos, léase auxiliares de enfermería, mucamas, mantenimiento, en gran proporción «propios» del lugar.
Como otras veces, la habían internado a Eladia Quintrequin, por un brote de su enfermedad psiquiátrica. En esta oportunidad la crisis era bien peliaguda. Los episodios de excitación psicomotriz, alucinaciones y delirios agitaban a los pacientes vecinos y al personal. Y todo ello a pesar de las más que abundantes indicaciones farmacológicas que se sucedían sin éxito alguno. Por allí Eladia quedaba en una especie
de sopor, desvastada por el esfuerzo, pero en cuanto recuperaba algo de energía retornaba el infierno.
Pero aun entonces alcanzaba a reconocer a Adelina, quizás no tanto por su costumbre de acompañar a los vecinos internados, sino porque vivía cerca de su casa. Cabe señalar que Eladia no tenía familiares, se alojaba en una precaria vivienda justo a la vuelta de lo de Adelina, y solían charlar y regalarse tortas fritas y alguna compotita de fruta de estación. Cosas de vecinaje que le dicen.
– ¿Vos que opinas, Adelina? A Eladia no hay halopidol que le sirva. Mirá que le dan como en caja y no pasa nada.
– Lo que pasa es que los médicos le apuntan a la locura, y quién sabe si no es otra cosa.
– ¿Te acordás del finado don Pedro? Que en paz descanse. Cuando le pasó algo parecido, también le diagnosticaron locura, lo internaron y medicaron y no mejoró nada. Y doña Petrona, la yuyera tuvo un peuma y en el sueño le salió que don Pedro sufría un daño.
– Sí, yo me acuerdo. Y como los médicos no la dejaron entrar para curarlo él se murió a los pocos días.
– Para mí que Eladia tiene lo mismo. Y de daño los médicos no saben nada.
– Sí… Mucho librito y librito pero de daño no hay nada escrito. Eso se sabe por la casa de uno, por lo que nos viene de los antiguos.
– Pero andá a convencer a los médicos. Creen que lo saben todo y te sacan cagando.
– Sin embargo, en otros lados no es así. Hasta hay doctores que te hablan de medicina intercultural, o algo así.
– Yo recuerdo que antes acá también se hacían esas movidas. Si hasta invitaban a curadoras y machis a ayudar. Daba gusto la junta de médicos y yuyeros.
– Tal vez porque eran otras épocas.
– Bueno, basta de charla. ¿Qué les parece de hacer con Eladia?
– Mañana mismo aprovechamos que es fin de semana y la sacamos. Yo le hablo a don Alberto que la atienda en su casa cuando ella tenga un respiro de su agitación.
– Y vos Adelina, no podés faltar. Eladia se calma cuando te reconoce.
– Ni muerta dejo de venir.
– Yo pongo el auto para el traslado.
– Y yo la acompaño que estoy libre del trabajo.
– Mejor lo hacemos de noche, siempre que don Alberto nos haga pierna. Así nadie se da cuenta.
– Bueno, lo consulto con el curandero.
La conjura se había lanzado. Las complotadas, ese fin de semana y en horario nocturno, llevaron a cabo la operación comando. Eladia colaboró sin problemas.
Pareció entender que era por su bien. Además su vecina no la dejó ni a sol ni a sombra.
Bahh… en realidad solo a sombra porque era de noche. Don Alberto se portó como un pingazo.
-Bueno, la realidad es que está muy jodida, pero con este cocido de yuyos y mis ruegos la podemos mejorar. Eso sí, cuando le haga efecto, dos días antes que le venga el período, va a empezar a vomitar toda la porquería que se le metió adentro. Y va a largar como si fueran morcillas. Después no dejen de darle líquido y suero para que no se seque por dentro. Y ahí va a mejorar. Eso sí, nunca va a curarse del todo porque el daño es profundo.
Clarito don Alberto. Y ni que fuera adivino, que lo es. Medio día de tratamiento y ya el lunes entró Eladia con su vomitaje. Recibió una buena hidratación y santo remedio.
En el pase de sala, el comentario médico no se hizo esperar.
– ¿Vieron qué mejoría la de Eladia?
– Es que el nuevo tranquilizante que le dimos es sensacional. Cierto que sale salado al bolsillo. Caro pero el mejor. Tardó un poco más de lo esperado, pero no falló. Vamos a incorporarlo al vademecum.
– Tenía que ser del laboratorio Premium.
– Si le hiciéramos un dosaje de neurotransmisores seguro que los encontraríamos en línea.
– Vaya a saber cuando vamos a tener un laboratorio de análisis como la gente para poder investigar localmente estas situaciones clínicas.
Las complotadas, que acompañaban en silencio la comitiva académica, sonrieron entre sí. Las cosas que hay que escuchar..