Arreando afectos


Por si no la conocen, Marta Barrera es una mujer que tiene lo suyo. Enérgica, llena de esperanza, le mete ganas a la vida. La propia y la de los que la rodean.
Desde que ingresó al plantel del Hospital de San Martín de los Andes quiso ser agente sanitario. Le gustaba eso de andar casa por casa conociendo a los vecinos, entendiendo sus necesidades y compartiendo sus expectativas. Por eso en cuanto pudo cambió sus funciones, y de mucama pasó a hacerse cargo de recorrer los barrios de la ladera de la localidad.
Y así, ya al primer día le cayó el encargo de Herminio, el supervisor del equipo:

  • Marta, por favor te pido que invites a los padres de estos niños recién nacidos al consultorio de control. Hay que ver como andan y vacunarlos.
    Cosa habitual, pero no siempre fácil sobre todo cuando no se tiene experiencia.
    La puerta apenas entreabierta casi no dejaba ver a María, madre casi adolescente que había respondido al anuncio de Marta.
  • Hola. Buen día.
  • Buen día….
  • Soy Marta, la nueva agente sanitario del hospital. Le traigo un turno para que lleve a Juancito, su hijo, a control de salud.
  • Bueno… gracias. Disculpe pero tengo que cocinar.
    La puerta se cerró. Había quedado claro el mensaje. Aunque sin éxito, pues a los pocos días Herminio volvió a la carga.
  • Te pido que vayas nuevamente a la casa de Juancito Hernández. De Pediatría me avisaron que no concurrió al control de niño sano.
    Nuevamente fue atendida por María a través de la rendija.
  • Hola María. ¿Se acuerda de mí? Vine hace unos días para invitarla a que lleve su niño a control médico.
  • Sí…. Pero no pude ir.
  • ¿Tiene inconveniente en dejarme pasar así conversamos?
    Era fundamental dialogar cara a cara. Pero la de María no estaba presentable.
    Cuando Marta ingresó a la pequeña casilla de madera entendió la reticencia de su moradora. Delgada, con su vientre abultado por un embarazo avanzado, su ojo derecho se mostraba hinchado y de color oscuro y su frente tenía una herida contusa.
    Apenas se sostenía por lo que la ayudó a sentarse, y con sus manos en las suyas, la acompañó un rato en silencio. Juancito, de un año de edad, dormía en la única camita.
    El tacho de cocinar se estaba apagando, consumiendo el último pedazo de leña. Una silla rota, pedazos de vidrio en el suelo y ropa desparramada, evidenciaban la agresión sufrida por María.
  • Anoche mi marido volvió a pegarme. No sé qué hacer. Estoy sola.
  • ….
  • Fueron los vecinos lo que llamaron a la policía. Tengo miedo de que vuelva. Ni siquiera me deja salir.
    Marta, contagiada por la urgencia del pedido de ayuda, inmediatamente llamó un taxi y la llevó con Juancito a su casa. Entonces se comunicó con la mamá de María que vivía en Zapala. Por suerte una vecina le habilitó su teléfono.
    -Sí señora. Soy Marta, agente sanitario del hospital. María la necesita urgente. El marido, que ahora está preso, la golpeó y tiene mucho miedo.
  • ¿Dónde y con quién está?
  • Está con Juancito en mi casa. No quiso ir al hospital y no tiene a nadie en quién confiar. Por eso me solicitó que la llame.
  • Ya mismo voy a la terminal y me tomo el ómnibus del mediodía. Déme su dirección que esta misma tarde llego.
  • Yo en tanto la sigo acompañando. Y no aviso a nadie más por pedido de María.
    Y a la tarde la viejita llegó a la casa. Y esa misma noche viajaron a Zapala. Pagaron los pasajes con un resto que le quedaba a Marta. Por suerte al otro día cobraba el sueldo.
    El sábado a la mañana teníamos la reunión habitual del grupo de agentes sanitarios.
    Como siempre, cada agente hizo, cuaderno de bitácora en mano, un resumen de tarea semanal seguido por el proyecto de la próxima semana. Marta fue la última de la ronda. Y dejó para el final la situación de María.
    Herminio sintetizó la elaboración grupal. Con su clásico estilo de respeto y comprensión, destacó el enfoque solidario de la novata operadora barrial, y señaló su capacidad ejecutiva. Pero, a la vez que le acercaba un mate y como era su costumbre, aportó su análisis crítico.
  • Lo que sí, entiendo que te cargaste en la espalda un peso enorme. En nuestra tarea tenemos que cuidarnos. Y también compartir la necesidad y la posibilidad.
  • ¿Y qué se hace entonces?
  • Como decimos siempre. No dejar solo al otro, que eso sí lo hiciste muy bien, pero también no quedarnos solos nosotros. Tuvimos una oportunidad de ayudarnos para mejorar la situación de María, y la tuya. Ella consiguió tu ayuda, pero vos ocupaste su aislamiento.
    Afortunadamente surgió una propuesta de enfoque, que le llegó a María a través del equipo del hospital de Zapala, con quién nos conectamos, mejorando la iniciativa de Marta. Así la incluyeron en el Grupo de Mujeres del lugar, y a su través intervino la institución judicial.
    Afortunadamente Marta registró los aportes y pudo ampliar sus modos de abordaje ante situaciones complejas, pero continuó con el compromiso social que siempre la caracterizó.
    Pero la cosa no terminó allí. A los pocos meses, un atardecer recibió la visita de María acompañada de su niña recién nacida.
    -Acá vine para agradecerle en persona todo lo que hizo por mí. Este sobre tiene el dinero que me facilitó para el viaje de vuelta.
  • María. Qué alegría verte tan bien….
  • Pero lo más importante. Quiero que conozca a Martita, mi hija. Espero que salga a su tocaya, a quién le pido sea la madrina.
    Son las cosas de la vida…
    Son las cosas del querer…

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