El ascenso de Viki

En la reunión con los residentes de Zapala, Bárbara, médica recientemente ingresada, tuvo la idea de comentar un suceso de su guardia de emergencias que devino en la muerte del paciente que atendía. No fue fácil su relato, en el que se quebró más de una vez.

Había que acompañarla. Para ello impulsé la exposición de experiencias similares de los otros participantes del espacio docente, por supuesto que incluyéndome.

Y ahí nomás se instaló el tema de la muerte en nuestra tarea.

Ciertamente el tema se las trae. Y así acompañamos a Bárbara con sucedidos en nuestra labor en relación a personas que se despedían de este mundo.

La ronda fue pródiga en aperturas afectivas, lágrimas y recuerdos de esos que no se borran.

Algunas manos se cruzaban, y varios hombros recibieron palmadas de aliento y compañía.. Todos pusimos fuerte compromiso emocional.

Cuando le tocó a Rodrigo, medio que lo pensó dos veces. Parecía que le costaba, pero se recompuso y le entró a la historia de Viki.

Era una niña de 11 años que estuvo internada un tiempo en el Sector de Paliativos de Pediatría, justamente cuando Rodrigo hizo su rotación.

Sufría una enfermedad rara y progresiva. No recuerdo el diagnóstico, pero estaba cursando la ultima parte de la misma. Vanos fueron los esfuerzos del equipo del Hospital para sostenerla. Para peor, su hermanita había fallecido hacía un año con la misma patología, claramente hereditaria.

Sus padres la acompañaban permanentemente. También la respetuosa actitud del grupo tratante se sentía.

Esa tarde la niña se presentaba agotada. Su mirada temblorosa era de despedida.

Uno a cada lado, sus padres le hacían sentir que no estaba sola.

Y los médicos y enfermeras se turnaban para solidarizarse.

Conciente de la inminencia de su tránsito, con un gesto llamó a su madre y, susurrando, le pidió un mensaje para la hermanita que la esperaba en el cielo.

A través de la ventana del tercer piso, el sol brillante atravesaba el firmamento transparente cobijando el adiós cercano.

Entrecortadamente María, la mamá de Viki, le dijo que le diera un beso y se cuidaran entre sí. Y le acercó con delicadeza el osito, su osito de siempre, para que le abrigara el alma.

El relato de Rodrigo reflejaba su dolor.

Relató que en aquella situación no sabía donde ponerse, qué decir o hacer. Sus manos entonces buscaron refugio en los bolsillos. Y un poco automáticamente fue revisando su contenido.

Pudo registrar su estetoscopio, la linternita de revisar ojos, gargantas y vaya a saber qué otros rincones, el paquetito de pastillas de menta, la birome de recetar, unos cuantos bollitos de papel, y aquel globo amarillo que casi milagrosamente le regalara Marcelito, uno de los niños que atendió en el consultorio de la mañana. Se lo había traído inflado, pero Rodrigo, en un gesto práctico desusado en él, prefirió desinflarlo para facilitar su traslado.

Y un poco torpemente como es su estilo se dedicó a insuflar aire a su interior.

En silencio todas las miradas se centraron en el globo, que a medida que se inflaba despertaba recuerdos en cada uno de los presentes.

Desfilaban velitas encendidas y tortas de colores, vistosas muñecas y pelotas saltarinas, niños y niñas jugando a la mancha venenosa, arbolitos de navidad, cartitas a los Reyes Magos, y risas, muchas risas.

Y cuando el volumen se hizo respetable, luego de anudarlo, Rodrigo se acercó a la ventana, la abrió de par en par y el pequeño sol remontó vuelo y se fue alejando en pos de la calidez mayor, llevando consigo el último aliento de Viki.

Contó después María que esa noche soñó a Viki jugando con el globo dorado, y que su semblante mostraba una sonrisa esperanzada.

Como la que quedó en su rostro al despedirse.

Autor

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *