El desafío deportivo

La cosa estaba que ardía. Y no era para menos.

Se trataba de definir quienes se quedaban con la Copa Otoño, premio reservado al equipo triunfador del Campeonato de Salud Mental Hospitalario de Fútbol de Salón.

Bueno, para no exagerar, detrás de tanto título la realidad era menos rutilante. Los equipos eran nada más que dos. El Rojo, en el que participaban entre suplentes y titulares dos operadores, un enfermero y
una enfermera, una psicóloga, dos camilleros y una psiquiatra, y el Azul, compuesto por usuarios y usuarias del Servicio de Salud Mental de Roca.

La mayoría ambulatorios, aunque dos de ellos estaban internados en estado de pre-alta.

La cosa estaba candente. .

El equipo Rojo se jugaba todo. Debía ganar para acceder a la Copa, pero sobre todo para evitar las cargadas del caso, y no solamente de sus adversarios. Porque el tema estaba más que abierto. Se esperaba una amplia concurrencia al evento deportivo. Sobre todo trabajadores del hospital y familiares de los usuarios.

La cuestión es que en materia competitiva los colorados tendían a estar en el horno. Excepto Enrique, el enfermero de la sala, y Alicia, psicóloga que habitualmente metía un par de golcitos, los demás eran más bien espectadores privilegiados. Para peor Ramón, el camillero que ordenaba la defensa se había enfermado y no era de la partida.

El equipo Azul tenía lo suyo. Por lo pronto eran más, es decir que disponían de refuerzos de refresco, cosa importante pues quién más quién menos, todos tiraban los bofes al ratito de entrar.

La clave estaba en los pies de Andrés, quién aparte de sufrir una dolencia psiquiátrica había jugado en veteranos del Deportivo Villa Llanquín, paraje de la costa del río Limay.

El partido se disputó un sábado por la mañana ante una nutrida concurrencia que alentó a sus favoritos de modo más que ferviente. El referí debió intervenir activa y enérgicamente para contener los excesos
temperamentales de los integrantes de ambos planteles. Sacó tarjetas amarillas de modo profuso y si bien no expulsó a nadie la interpretación desapasionada indicaba que se pausó de condescendiente.

Para hacerla corta el equipo Rojo perdió por dos a cero. Alicia erró un penal y Adriana, la arquera del equipo Azul se atajó todo. Los goles los hizo Andrés, quién tuvo destacada actuación como estaba previsto.

Luego del partido se entregó la Copa que iba a quedar depositada en el Servicio y las palabras para la posteridad las pronunciaron Mirta, operadora y aguatera, además de ayudante parrillera, lo que se dice una polivalente, y Andrés, capitán de los ganadores.

El asado, acompañado de abundantes chorizos, fue preparado mientras se disputaba el encuentro y degustado por los deportistas. Por supuesto que los perdedores recibieron los comentarios del caso. Alguno, previsor, ni siquiera se quedó a comer.

Y fue entonces que un par de los Azules se acercaron a Laura, que era la psiquiatra a cargo del tratamiento de Andrés:

– Lástima que no nos avivamos antes de pedirte que le aumentaras la dosis de Halopidol a Andrés. Así se endurecía un poco y no nos complicaba tanto el partido.

Para los no iniciados en la psicofarmacología, esta medicación, muy difundida en el mundo psiquiátrico, entre sus efectos no deseados más habituales produce una alteración importante en la movilidad que se
traduce en rigidez muscular sobre todo con dosis excesivas.

Iatrogenia deportiva que le dicen.

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