El ermitaño

Don Aislado Pallalef hacía honor al nombre de su paraje.

En efecto, vivía en El Solito, pasando 80 kms. de Choele Choel, justo donde se divide la ruta. Por un lado la que va a San Antonio Oeste y por el otro la que nos lleva a Viedma.

Como todos los paisanos, reacio a la medicina y hospitales, recibía de vez en cuando la visita de los recorredores mentales.Es decir equipos volantes, las conocidas patrullas, que visitan a las personas con sufrimiento mental.

Claro, no eran visitas de cortesía, aunque le sacudían lindo a los mates y tortas fritas con las que el ermitaño anfitrión los agasajaba . Hay que decirlo, en dichas oportunidades se le pasaba la timidez, cosa facilitada por la buena onda característica de los trabajadores de terreno.

Afortunadamente Daniel Gómez, psicólogo rural de aquellos, pudo construir un buen vínculo con don Aislado en las recorridas. En ellas visitaban a los usuarios del Servicio de Salud Mental Comunitaria que por diversas razones no acudían al hospital. Un poco eran razones económicas y mucho culturales. Quién más, quién menos, preferían para sus problemas de salud hacerle a los yuyos de las yerbateras de los parajes.

Más allá de estas cuestiones don Aislado, de tanto en tanto, sufría crisis de excitación psicomotriz, con delirios y alucinaciones.

Hay que decirlo, su gusto por las bebidas alcohólicas no lo ayudaba en nada.

Y la medicación, si bien facilitaba, no controlaba del todo la situación. Pero al menos ahora la tomaba. Al principio del tratamiento ni eso.

Aquel verano Daniel recibió el pedido del operador de la radio de Vialidad que informaba que don Honorario estaba con otra de sus pataletas y no aceptaba ser trasladado al hospital.

Precavido el psicólogo se preocupó de abastecerse de la medicación correspondiente. A pesar de su disciplina Daniel entiende mucho de estas cosas, habida cuenta que trabajó en su época de estudiante como dependiente en un laboratorio. Y después le quedó el gusto por la ciencia farmacológica.

Acompañado por Mabel, la operadora del paraje, llegaron al ranchito del atacado. No había como perderse: en ese entonces era el único del lugar. Si no contamos la casilla de los viales. Ahora, con el progreso, se agregaron dos casas más. Casi lujuriosa la cuestión.

Como siempre, la desolación campeaba. El fuerte viento levantaba nubes de tierra. Los neneos bailaban a su compás.

Llamativos los arbustos cuando al aire se le da por moverse fuerte. Parecen pelotas de un encuentro de fútbol de fantasmas.

Les llamó la atención el aditamento de los chivos del paisano. Prolijamente adosados, alambre mediante, a cada uno de los cuernos, elementos punzantes complementaban el órgano de defensa natural.

Unos portaban estacas de palo bien puntiagudas, otro alguna hoja oxidada de un cuchillo viejo, otros hasta clavos de cinco pulgadas.

Don Aislado estaba en su rancho acompañado por un vial, mate en mano.

Se notaba que había sufrido una crisis. Estaba conciente a medias, bastante confundido. Pero al menos reconoció a su terapeuta.

En un alarde de diplomacia rural, Daniel pudo convencerlo de su internación, aunque para ello el vial se comprometió a cuidar los animales hasta su regreso. Misterio quién iba a manejar la motopala caminera
entretanto.

Al otro día, en la entrevista cotidiana de internación, surgió el tema:

– Y sí… don Daniel. Usted me entiende. Me agarró de vuelta el atormentamiento en la cabeza y me empezaron las develaciones.

– No será que todo eso le viene por el vino ?

– Capaz… si usted lo dice. Pero mire que tomo solo un poco con las comidas. Lo que sí me agarra la penática y me vuelvo anónimo.

– A mí me parece que en realidad estar viviendo tan aislado no es bueno para usted. No pensó en juntarse con alguien ?

– Usted no la conoció pero en un tiempo “me acompañé” con la Olga. Y estuvimos aquerenciados los dos. Después se me fermentó la mentalidad, discutamos y hubo apartación.

– No sé… Yo le digo porque sobre todo en invierno debe ser difícil vivir tan alejado de todo.

– Y…más o menos. Hay que juntar leña para cuando la nevación.

Ya más avanzada la entrevista, Daniel lo requirió:

– Me sorprendió ver a los chivos con refuerzos en los cuernos. No entendí la necesidad.

– Se nota que usted es pueblero, don Daniel. Porque si viviera en el campo y tuviera animalitos de capital, los cuidaría “sindudamente” como yo. Está habiendo mucho viento, y donde se remolina está el wekufú.

– Y qué es el wekufú ?

– Es el mal que anda rondando.

– Y cómo los cuida a sus chivos del wekufú ?

– Armándoles para defenderse de las ánimas del lugar, que andan medio alzadas por el viento. Pa”eso están los fierros en los cuernos, qué tanto… Jodido el viento remolinado esta temporada.

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