Corriendo el año 2000, en la zona del lago Paimún se armó un cierto batifondo.
Parecería que el hito fronterizo del paso Quetru, arroyo naciente del Blanco que a su vez tributa al río Paimún, había sido corrido de su sitio original.
Pero todo se complicó más porque del lado argentino el área está definida como intangible, lo que implica en la práctica prohibición de toda actividad humana. Lejos de ello, el tránsito de personas por el paraje era más que intenso por parte de pobladores de ambos lados de la frontera.
Mi amigo Ricardo, corresponsal de un diario regional y recorredor habitual cordillerano lo denunció en su periódico con su energía de siempre. Y también en esa oportunidad logró su cometido.
Uno de los resultados de su movida fue la disposición binacional de investigar dicha cuestión. Se acordó así un encuentro de exploración con base en el puesto de Gendarmería del paraje La Unión, en la confluencia de los lagos Huechulafquen y Paimún. Allí concurrieron delegaciones de ambos países limítrofes, compuesta de técnicos, gendarmes y carabineros.
La delegación chilena arribó en un par de camionetas, y entonces se sumó el equipo argentino, que lo hizo en un helicóptero Lama de Gendarmería. El baqueano elegido fue, como no podía ser de otro modo, don Domingo Aila, que utilizó para movilizarse hasta el espacio de reunión el nunca bien ponderado bote azul de su hermana.
Don Domingo quedó muy impresionado por el helicóptero. Había visto muchas veces aviones surcando el cielo, pero nunca ese bicho raro con veleidades de insecto metamorfoseado. Encima, y como si fuera poco, lo trasladaron en el mismo hasta el lugar del hito. El estupor venció muy pronto a su miedo inicial.
Aferrado con alma y vida a su asiento al que estaba ligado por el cinturón de seguridad, registró el repentino ascenso, las idas y vueltas caracoleando por las rutas del cielo, el suelo que se alejaba y acercaba en decursos sucesivos. Pero lo que más le impactó fue la naturalidad de sus acompañantes ante el prodigio del que eran protagonistas.
Dicen las malas lenguas que comentó desde el aire:
– Yo soy baqueano desde el suelo, pero desde acá arriba tengo que volver a empezar.
El episodio le caló hondo. Y nadie podrá decir que Don Domingo fuera un quedado. Y luego de un tiempo de meditación no demasiado largo los vecinos lo vieron muy ocupado trasladando cañas y cueros de animales faenados a su lugar. A don Barriga, bolichero del paraje, le encargó un par de ruedas de carretilla con cubiertas de goma.
Fue entonces que talló una vara a hacha y motosierra.
Cuenta Ricardo que en una visita que le hizo, entre mate y mate, surgió el tema del viaje en helicóptero. Y don Domingo le anotició de su proyecto:
– A mí me parece que un aparato de esos puede ser muy útil acá, más que nada para el invierno que se viene nevador. Así que venga a ver. Eso sí, me parece que tengo que sobar un poco más los cueros. Para que no les pase el agua, sabe.
Ricardo quedó atónito cuando vio la estructura: esqueleto de cañas, hélice de vara de pehuén, fuselaje de cuero, etc. El proyecto del autóctono vehículo aéreo del lugareño, prodigio de la industria local, estaba bastante avanzado.
Don Domingo se mostraba esperanzado en que algún capacitado en mecánica se animara a dotar a su engendro de «motor para subir».
Si bien el helicóptero no despegó jamás del patio de la casa de don Domingo, se constituyó en un punto de referencia turística regional. Y nuestro héroe tuvo una poderosa razón de encuentro con el prójimo. Todo un sentido para sus quijotescas búsquedas.
A falta de molinos de viento… bueno es un helicóptero de cuero y cañas.