El penal que pasó a la historia

Cristian Carro, chofer de Salud de Chubut, nos condujo en algunas giras por la provincia. En dichas oportunidades compartimos historias, y algunas de ellas pasaron a la posteridad.

El narrador disfrutaba por partida doble mientras manejaba por la desértica meseta. No dudo que le gusta su tarea. Es que la labor de conducir personas por los largos trayectos patagónicos brinda la posibilidad de conversar, aunque no todos lo aprovechan debidamente. Claro, depende del estilo personal.

La cosa es que Cristian se prendió con las historias de Julio Riffo, el chofer que habitualmente nos acompaña en nuestros periódicos viajes por la provincia de Chubut, con la aclaración que fueron relatados por el mismo Julio en reunión de choferes, elemento que al parecer permitía su reproducción.

Pero más allá del prólogo, la cosa era que Julio, cuando se hablaba de coches se mostraba como piloto y mecánico experto, ni qué hablar en el tema político, amigo del alma de líderes históricos, siempre radicales. Y así en cada tema abordado en sus cercanías.

Cabe aclarar que existe un pacto implícito: lo que diga Julio no entra en la categoría de verdad o macaneo. Es, simple y llanamente, una historia de Julio, y desde ahí lo demás está fuera de discusión.

En aquella oportunidad, recordaba Cristian, el eje de la conversa era el fútbol regional. Y justamente, entonces y como siempre Julio copó la parada:

– Claro… esa fue la época de oro de Germinal. No tenía rival. Y no sé si sabrán quién, en su arco, tenía la valla menos vencida.

– Quién era el arquero en esos tiempos ?

– quién sino este cuerpito. Y no solamente entraban muy pocos goles. También era el mejor pateador de penales. Después, con el tiempo, apareció Chilabert en Vélez, pero el que empezó con la historia fui yo.

– Así que fuiste arquero de los pioneros vos…

– Por supuesto. Y ya me estoy acordando de aquella final que jugamos con los del Yunque. Ellos eran los locales. La cancha estaba llena. Habíamos llegado los dos invictos a la final. Ultimo minuto: uno a uno. La gente estaba enloquecida, gritaban como desaforados. El partido se había suspendido unas cuantas veces por el entusiasmo del público. No como ahora, que son todos unos pechos fríos.

– Y los jugadores cómo estaban ?

– Y cómo íbamos a estar… Estábamos como locos. Corriendo todas. El esfuerzo del año, el amor a la camiseta, el orgullo personal y del grupo… Eso y más lo estábamos jugando de una. Cómo se creen que íbamos a estar ?

– Y entonces qué pasó ?

– Les decía que peleábamos el último minuto. Uno a uno y el Colorado Silva se cuela por la punta izquierda y larga uno de esos centros envenenados que lo hicieron famoso. Cae la pelota en el área chica, y desesperada la defensa de enfrente la manda al córner.

– Qué impresionante… Me imagino la gente…

– Los de afuera estaban lo más… Y ni se imaginan nosotros los de adentro…

– Y cómo terminó la cosa ?

– La cosa recién empezaba. El Colorado acomoda la pelota y todos, compañeros e hinchada, me piden que vaya adelante.

– Y el arco ?-

– El arco nada. Era a todo o nada. El que hacía el gol se quedaba con la gloria. Qué quieren que hiciera ? Por supuesto que subí a jugármela. Además, con el Colorado la teníamos clara con los tiros de esquina. Me la tiraba pasado para que la agarrara de cabeza corriendo de atrás. Ya teníamos unos cuantos de esos en el bolsillo.

– Y… ?

– Claro, los del frente no eran boludos y se la vieron venir. Cuando vino el centro, yo pegué la disparada, la trayectoria era la precisa y mi corrida sincronizaba justo. Justo cuando me elevé, ahí nomás me bajaron entre tres.

– …..

– Por suerte el referí estaba atento y cobró el penal. Ni qué decir que ahí nomás se armó el quilombo. Que sí, que no. Puñetazo va y patada viene. Encima yo en el suelo con una montonera de jugadores encima.

– Y entonces ?

– Masiva intervención de los dirigentes. Tuvo que venir el intendente a calmar los ánimos. Claro, en aquella época no se acostumbraba con la seguridad ni esas cosas raras de ahora. Y si había que pegar un par de tortazos, se pegaba. Y también a veces se recibía. Pero volviendo al punto. Pelota ubicada, referí con el pito controlando atento, el público en suspenso y nosotros para qué te voy a decir. Encima el arquero era Tomás Retamozo, amigo y vecino . de toda la vida. Nos hicimos arqueros juntos. Ibamos a jugar y a bailar juntos. Hasta anoviamos con dos hermanas. Tuvimos que revolear la moneda para ver
quién iba a qué club, porque no aguantábamos más repartirnos el puesto de arquero en el mismo equipo. Claro quei nos conocíamos. Yo sabía que él sabía lo que iba a hacer. Y él lo mismo propiamente al revés.

– Había que aguantarse algo así.

– Encima no podía ni debía abrirme. No me daba por la gente que me pedía y los compañeros que me daban su confianza.

– Y cómo se definió la cosa ?

– Lo miré fijo a Tomás. El arco. Y después a la pelota. Solo a la pelota. Esas pelotas sí que eran pelotas. De cuero. No como las de ahora que son puro plástico. Cosidas y no pegadas al polietileno. Y hasta cámara tenían. Por eso tenían más cuerpo, más sustancia…

– ……

– No se escuchaba ni el zumbar de una mosca. Tomé aire. Cinco pasos bien acelerados y saqué el disparo más fuerte de mi trayectoria. Le pegué con alma y vida, cruzado, bajo y al ángulo izquierdo. Pero Tomás me adivinó el pensamiento. Y también, como una luz, interceptó el curso del esférico.

– Te lo atajó…

– Y… más o menos… Con su cuerpo y los brazos le hizo un ovillo a la pelota. Pero la cuestión es que iba muy fuerte, tipo misiles de ahora. Y como iría de fuerte que al impactar con el cuerpo de Tomás el cuero se descosió. El se quedó con el cuero. Pero la cámara siguió viaje y se introdujo en el arco.

– Y entonces ?

– Y entonces nada. Ganamos por uno y medio a cero.

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