Marta hacía mucho que aspiraba a ingresar al mítico equipo de agentes sanitarios del Hospital de San Martín de los Andes.
Varios años de trabajo en el Area de Servicios Generales, paciencia y compromiso le sirvieron para el logro de su deseo.
Estaba en ese entonces en etapa de capacitación. Sus maestros, los históricos: Herminio, Roberto, Abel, Félix y la nunca bien ponderada Isolina.
Todos ellos siempre aplicados y con mucha generosidad en el compartir del saber, pero sin duda era Isolina la referente en algunas áreas como las movidas grupales e interculturalidad. Si bien poco considerado tema éste vital por la diversidad de pueblos que habitan nuestro territorio.
Seguramente por su sangre originaria mapuche, el tema le calaba hondo.
Además Isolina era y sigue siendo la vecina de Marta.
La cuestión es que Marta había tenido una recorrida fuerte ese día.
Acompañada de una médica residente de medicina general, trataba de socializar el tema de los enfoques sanitarios mixtos, utilizados habitualmente por los vecinos. En ellos se combinan a la vez las demandas
a los sistemas sanitarios occidental y popular u originarios.
Justamente su última visita fue a una casa donde una joven era tratada a la vez por el psiquiatra y por la machi (curadora) de su comunidad mapuche.
Dicha vecina padecía lo que desde la visión del primero era un problema psiquiátrico, por el que incluso la medicaba, y desde el parecer de doña Juanita lo que sufría era consecuencia de un daño.
De vuelta ya estaban ingresando a la casita de Marta, en el barrio El Arenal, cuando ésta advierte en la base de la ventana un frasco. Grande, de vidrio transparente, con tapa oscura de plástico, con un contenido también oscuro. Llamativamente ningún cartel que orientara acerca del contenido.
El frasco había sido colocado en su ausencia, y para ello alguien había abierto el portón de entrada y atravesado el pequeño patio delantero, lo que incluía sortear el toreo de Butifarra, el perro guardián de la casa.
– Qué raro es esto. Quién habrá dejado este frasco ¿ Y parece que tiene tierra negra.
Acompañado por la residente se dirige a la casa de al lado, cuando justamente Isolina estaba saliendo.
– Escucháme Iso. Mirá lo que me dejaron en la ventana de mi casa.
– Qué extraño. Yo no vi a nadie entrar en tu casa desde que llegué del trabajo.
– No se me ocurre nada. Y a vos ?
– A mí sí. Justamente el otro día doña Juanita, la machi, me estuvo comentando que le habían hecho un mal a Isabel Loncon poniéndole en la casa tierra de cementerio.
– Qué jodidos… Y que le indicó ?
– Que quemara bien la tierra en una lata y que después tirara los restos al agua.
– De todas maneras mañana mismo voy a verla a doña Juanita.
Dicho y hecho, al otro día fue a consultar a la machi, pero entretanto, como para ganar tiempo por las dudas, ejecutó textualmente la propuesta transmitida.
Le costó un poco quemar la tierra negra porque estaba bien húmeda, pero con la ayuda de combustible consideró cumplido parte del trámite, que lo completó arrojando el material al cercano río Pocahullo.
No recuerdo los términos de la consulta a doña Juanita, pero sí el comentario que me refirió la misma Marta.
– No podrá creer que al otro día se me acercó don Marcelo, el vecino de la otra cuadra, y me preguntó si me había servido el frasco de abono con semillas para reforzar el césped de mi patio que me había dejado en la ventana de mi casa.
Es importante construir enfoques integrales, pero como en todo, más vale no exagerar.