La capacitación de Emilio

A Emilio Martínez lo conocí en la Residencia de Medicina Gral. del Policlínico Finochietto, de Avellaneda, provincia de Bs.As.

Egresó un año antes que yo y se fue a trabajar a Ñorquinco, pueblito de la Línea Sur de Río Negro.

Cuando terminé mi postgrado intenté reemplazarlo y al no conseguirlo me incorporé al Sistema de Salud de Neuquén.

Lo volví a encontrar varios años después cuando se trasladó a la ciudad de Zapala, donde se orientó como anestesista.

Los avatares de la vida lo enfrentaron a la dura experiencia de la pérdida de una hija, afectada por una enfermedad crónica incurable.

A partir de ello, Emilio inicia, a su modo, una tarea en la que puso energía, afecto, dedicación: los llamados cuidados paliativos, con los que se pretende mejorar la calidad de vida a las personas que padecen enfermedades terminales.

Y digo a su modo porque siempre fue bastante anarco. Le costaba trabajar en equipo, independientemente del hecho de que el tema que lo convocaba no entraba en la
normativa del hospital del Zapala de entonces.

No cabe duda que Emilio fue un pionero de aquellos. Pionero de pioneros. Pero, por ello, pagó un alto costo. El costo que pagan los francotiradores. Más allá de equivocaciones y aciertos, la soledad, la incomprensión, el rechazo.

Hombre de recursos, se defendía con un humor irónico y ácido que despertaba admiración en unos y encono en otros.

Para ese entonces ya había iniciado mis actividades como docente psicosocial en la recién creada Residencia de Medicina General. Para ello viajaba a Zapala cada tres semanas un par de jornadas.

Fue en una de esas idas cuando Emilio me planteó su inquietud por adquirir herramientas técnicas que le permitieran sostener abordajes familiares domiciliarios en busca de perfeccionar su trabajo.

Accedí a ayudarlo, en primer lugar por entender la validez de su labor, por el afecto que le tenía, y también porque me sentía identificado con su situación.

Así fue que lo acompañé con unas cuantas familias, en sus visitas domiciliarias, y juntos sosteníamos las entrevistas. Al principio Emilio se encargaba del dolor, de lo farmacológico y de lo médico, y yo del tema relaciones intrafamiliares. Le suministré bastante material teórico que me consta lo consumía ávidamente. Incluso le facilité la posibilidad de realizar cursos con gente de mi conocimiento y amistad.

Progresivamente fue tomando confianza, y finalmente se encargaba de todo y yo lo acompañaba como observador.

En realidad, le aporté poco en esa instancia, pues a su sorprendente capacidad de incorporar conocimiento se le sumaba un sentido común poco común.

En un momento determinado, decidimos suspender la dupla, ya que con la experiencia construida y lecturas ambos creímos podía continuar sin mi acompañamiento. De todos modos, puntualmente, se acercaba y conversábamos sobre algunas situaciones determinadas cuando lo creía conveniente, y así…

Fue al tiempo que tomé conocimiento acerca de que no había sido el primero en recibir el pedido de ayuda para los enfoques familiares.

Inicialmente a través de la queja de uno de los psicólogos del hospital, y luego ante mi pedido de aclaración el mismo Emilio me confirmó la hipótesis.

Resulta que mi amigo en algún momento se dio cuenta de que la psicología, ciencia a la cuál nunca le profesó simpatía, le podía aportar herramientas interesantes para su nueva tarea.

Sabía que iba a tener problemas en obtener ayuda local ya que no tenía una buena relación con el grupo de psicólogos del hospital. Cosa lamentablemente habitual entre las corporaciones médica y psi.

De todos modos, y de acuerdo a su estilo, y venciendo su prejuicio intentó el acercamiento. Aunque, claro está, siempre dentro de su singular estilo.

Fue así que una aciaga mañana irrumpió en medio de una reunión que estaban celebrando los tres profesionales del hospital, y les lanzó:

– No sé si sabrán, pero estoy operando con enfermos terminales, y por eso hago enfoques familiares domiciliarios. Por visitando familias integradas con algún miembro con enfermedad terminal, y necesito que eso ando necesitando que me ayuden. ¿Me podrían tirar un par de esas boludeces que ustedes suelen hacer cuando trabajan?

Demás está decir que no obtuvo ni un ápice de colaboración. Y también los psicólogos se perdieron de obtener una experiencia invalorable, al lado de mi amigo Emilio, el pionero de los cuidados paliativos en nuestro sistema de salud.

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