La historia de don Audacio Catrinao

La cosa es que el Grupo de Mayores anduvo al pelo. El Pardo, a quién acompañé en su idea, a veces hasta parece se le diera por hacer andar la pensadora. Y al toque dejó de ser un Grupo Terapéutico (inicialmente era un Grupo de Personas Mayores afectadas por Crisis Depresivas) y se transformó en un Grupo de contadores de cuentos. Y así le fueron haciendo a la historia oral de Junín de los Andes.

Esa tarde la cosa venía lúdica. Porque salió el tema de los juegos de azar en el viejo Junín de los Andes. Así me enteré que en la esquina haciendo cruz con el Centro Cultural, funcionaba en aquél entonces un hospedaje, en cuya sala, Salón de Usos Múltiples se llamaría ahora, se timbeaba con todo.

No se andaban con chicas los parroquianos. Y las fortunas, campos, con o sin animales, armas, coches y quién qué otras cosas cambiaban de manos, y volvían a sus manos originales, de acuerdo a los vaivenes del azar. Eso sí, se acordaba siempre la revancha. Eso sí que era un compromiso, no por implícito menos fundante.

La sentada venía desde hacía dos días. Con sus noches. La cosa tenía olor a nguillatún. Alrededor de la mesa solamente habían quedado como contrincantes Don Audacio Catrinao y don Andrés Von Putkamer.

El primero, paisano de una comunidad mapuche cercana, el segundo, estanciero alemán dueño de uno de los campos más renombrados de Junín. El resto, incluyendo a los excontendientes, formaban ronda contemplando el desafío.

El juego venía resbaloso, inclinado hacia un solo lado. El favorecido era don Audacio, que había desplumado a comerciantes, empleados de reparticiones públicas, y el único que se le quedó resistiendo fue don Andrés, pero no por buena suerte, sinó porque como era hombre de fortuna tardaba más que los
otros. La movida tenía su dejo democrático.

Pero todo, hasta la riqueza y el poder, tienen su límite.

Don Andrés se había quedado sin plata, sin animales. No sé porqué razón no podía poner en juego su tierra, pero no era por falta de ganas.

– Mi Smith Wesson 38 contra el último pozo!

– Y bueno, don Andrés…

Y don Andrés perdió su revólver, y después su auto recién comprado.

Según la mayoría de los presentes, la cosa no daba para más. Ya incluso don Atenor se había empezado a poner el poncho cuando don Andrés se le acerca a su adversario:

– Míreme a los ojos, don Audacio. Le voy a hacer la apuesta más fuerte que hice en mi vida. Usted sabe que todo lo que tengo, son solamente cosas.

Por más que las aprecie, son cosas que se compran, se venden, se ganan y se pierden. Pero hay algo que está mucho más allá. Me entiende, don Audacio ?

– Y…. algo le voy haciendo….

– Porque lo más importante que tengo en la vida, lo más que puede tener un hombre es su honor, que se refleja en su título. En mi caso, el título de Von. No de casualidad soy Andrés Von Putkamer.

– …..

– El caso es que le juego el título de Von, por todo lo que me ganó usted ayer y hoy.

– A usted le parece, don Andrés ? Porque usted no anda de buena suerte y no lo quiero aprovechar. Si quiere lo podemos dejar para otra vuelta. Si fuera solo por mí.

– Ni qué hablar, don Audacio. Ya lo dije todo. Todo contra todo.

– Y…. ya que usted lo quiere, que sea.

Y nuevamente don Audacio volvió a ganar.

Las vueltas se dieron, con sus más y con sus menos. Lo cierto es que don Audacio siguió siendo pobre, pero desde esa vez, sus conocidos y amigos de Junín de los Andes lo trataron como don Audacio Von Catrinao.

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