La limpiada de apuro

Don Josino Valenzuela es un viejo poblador de Tricao Malal.

Se cuentan de él muchas aventuras. Algunas entran en la dimensión del surrealismo, pero quienes lo conocen afirman que tratándose de él todo es posible.

Parece que había una fiesta de aquellas en la mina de San Eduardo. Asado de vaquillona con cuero, chivo y cordero. Y abundante acompañamiento líquido.

Era fiesta de hombres solos. Con truco, contadas alrededor del fogón, muchas carcajadas y musiqueros. Guitarra y acordeón, encima con payada.

Casi completa la fiesta de hombres solos. Lo único que le faltaba eran las mujeres.

A la madrugada don Josino percibió en sus entrañas urgente necesidad de emitir su contenido intestinal.

También… con todo lo que había comido…

Pero se contuvo debido a que justamente estaban payando el Chano Espinoza y el Chelo Llanquimán. Y para mejor estaban bien inspirados los dos aquella noche. Y no era cuestión de desperdiciar inspiraciones.

Porque si bien al Chano lo tenían siempre a mano, contar con el Chelo era bien difícil, porque tenía que venirse del Alamito. Por suerte aquella vez se dio la cosa, después de varios amagues.

Hasta que al final no pudo más. Y como es de rigor, rumbeó hacia el oscuro.

No tuvo que andar mucho, o en realidad no pudo andar mucho. Y ahí más o menos cerca nomás procedió a alivianarse.

Una sensación de felicidad se apoderó de su persona. Al fin…

Ya aliviado, manoteó al azar buscando yuyos con qué limpiarse. Lo hizo un poco a las apuradas porque lo empezaron a llamar a los gritos. Es que se había armado partida de truco. Y no era cuestión. Había que ver quienes se hacían cargo del próximo asado para el grupo el mes entrante para después del cobro.

Pero… algo raro registró la mente de nuestro héroe. A pesar del efecto adormecedor del abundante vino ingerido.

En realidad, algo diferente y vagamente relacionado con los supuestos yuyos del operativo limpieza perianal. Con su consistencia, con su temperatura…

En fin, algo que había que definir de inmediato.

Y haciendo caso omiso de la demanda lúdica y pleno de inquietud, casi desesperadamente manoteó en su bolsillo la cajita de fósforos.

Procedió a encender uno y a la luz de la llama se encontró con un sapo que, pudoroso, se refregaba con sus manitos intentando desprenderse la materia fecal que había quedado adherida a sus ojos.

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