Corría el año 2001.
El verano apacible de Junín de los Andes se vio interrumpido por el comunicado de la Radio Cordillerana:
– Junín está en peligro. Informamos que los vecinos deben estar preparados para una evacuación en cualquier momento.
No era para menos.
El foco inicial de incendio ubicado en la orilla del río Curruhé se había propagado peligrosamente. El viento lo azuzaba en la dirección exactamente menos deseada y amenazaba a la ciudad.
El inmenso pinar, con su contenido de resina inflamable, era el paso previo a los espacios poblados.
Si no se detenía antes, el desastre se consumaría.
Estoicos hasta el heroísmo, los brigadistas contra incendio se sumergían en el combate.
Allí estaban los equipos del Parque Nacional Lanín, de Bosques de Provincia, y la totalidad de los cuerpos de bomberos de Junín y San Martín de los Andes, los soldados del regimiento implementando cortafuegos, apoyados por dos helicópteros Hughes 500 y un Bell UH1H, con helibaldes de 500 y 1000 litros respectivamente, amén de máquinas viales de todo tipo que operaban con tremendo potencial.
Pero los helicópteros permanecían en tierra justamente en esos momentos en que se necesitaba agua en cantidades abismales para poder enfriar el frente de ataque de los brigadistas, en el intento de contención del avance ígneo.
La tensión que generaba la impotencia era insoportable.
No tenía sentido enviar los helicópteros hasta el lago, pues el largo recorrido que debían hacer implicaba el desastre.
La fuente de agua inmediata era el mismo río Curruhe, aunque debido a la sequía estival era un curso líquido mínimo que no permitía operar con los helibaldes.
En medio de la desesperación de todos, uno de los bomberos de Junín de los Andes se acercó al jefe del operativo conjunto, y le susurró algo al oído.
Inmediatamente, el susurrado accionó el dispositivo de órdenes indicando en tono imperativo a los pilotos de los helicópteros la tarea a seguir. Todo ello a la vez que con el dedo índice y el brazo extendido apuntaba en dirección noreste.
Al instante los aparatos despegaron en esa dirección, al poco rato volvieron y eyectaron el contenido de los helibaldes en el lugar y momento preciso, empapando también a los brigadistas que operaban en el frente, en una ronda que se prolongó en la tarde estival. Todo sea por frenar el avance del ya extendido foco en su desarrollo hacia el pinar.
Y las rondas se sucedieron durante seis horas, aunque pasada la primera, ya contenido el avance inicial, continuaron las otras extrayendo el agua del lago. Había pasado la urgencia inicial.
Claro es que también se les empezó a dificultar la extracción de la solución semipastosa que utilizaron durante la primera hora de ataque. Eso sí, disminuyó ostensiblemente el nivel de las piletas de decantación de los líquidos cloacales de la localidad de Junín de los Andes.
Dicen las malas lenguas que de pedo no se incendió el poblado.