Corría el año 1989. En ese entonces había un solo médico en el plantel del Hospital de Buta Ranquil. En este caso, médica, la «doctora» Carmen Poblete.
Le tocó caer de odontólogo al «doctor» Carlitos Bertoa.
Lo cierto es que los pobladores se acostumbraron a que todo lo odontológico era del «doctor», y lo de las ciencias médicas, de la «doctora».
Y así, en aquella oportunidad apareció por primera vez a la consulta don Aventurado Espinoza. Que también fue la última. Es decir, hecho histórico en la mesa de entradas del nosocomio.
La pregunta fue de rigor:
– Quiere ficha para la doctora o para el doctor?
– Para el doctor, por supuesto. Y no le erre.
Y así, el inefable Carlitos llama a don Aventurado cuando le toca el turno.
– Soy yo, doctor, ya paso…
Y dicho y hecho, don Aventurado ingresó en el recinto asistencial odontológico.
Rengueando discretamente y un poco desconcertado. Observó atentamente a su alrededor, pero sumisamente calló.
– Qué la anda pasando, don Aventurado?
– Me duele un compañero, doctor?
– Un qué, don Aventurado?
Medio avergonzado y a la vez exigente, mirando su entrepierna, el paciente remarcó refiriéndose a su hinchado testículo derecho:
– Un compañero, doctor. La mala parte, doctor, vió…
Cayendo en la cuenta, y viendo la oportunidad, tomó una pinza de extraer molares de aquellas y amenazó con utilizarla.
– Bueno, siéntese que se lo saco.
Presuroso, don Aventurado se defiende de la potencial agresión.
– Está bien, don Aventurado, no se lo voy a tocar, pero es lo único que manejo para una cosa como la suya. Lo mejor será que saque turno con la doctora. Como dentista no le puedo solucionar su problema.
Don Aventurado no consultó con la doctora, y se trasladó a Chos Malal para atenderse con un “masculino”.
Y Carlitos perdió la oportunidad de ejercer la medicina, y de pasar a la historia como el curador de la carie testicular.
En cambio, optó por casarse con María Lila, una médica de aquellas.
De alguna manera dio cuenta de la interdisciplina, que le dicen.
