Otra de nuestra inefable compañera de Andacollo. Y van…
Aquella madrugada estábamos ingresando al casco céntrico de Chos Malal a bordo de la estoica F-100 doble cabina que me acompaña desde hace tantos años y caminos.
Porque ya hay que contar por caminos. Hace rato que las leguas y kilómetros nos han quedado chicos.
La actitud corporal de mi compañera de búsquedas lo decía todo. El ceño fruncido y la cara desencajada, los dientes apretados con todo rigor, casi como cuando se enfrenta a algún golpeador de niños. Sentada media acurrucada al lado de la ventanilla del acompañante, con sus brazos cruzando por encima de su regazo, no había emitido una frase entera desde que salimos de Andacollo.
De pronto se le ilumina la cara cuando ve el cartel en la calle Sarmiento, a media cuadra de la plaza, sobre la mano derecha: «BAÑO GRATIS».
Hago un gesto de frenar la camioneta, pero detiene al instante mi intento:
– No… está cerrado.
Pensé que además el baño de la Zona Sanitaria ya estaba muy cerca. Aceleré y cuando llegué a la puerta de nuestro destino, salió disparada como alma que se la lleva el diablo.
El drama había empezado, al menos para mí, cuando entrábamos en el vehículo:
– Otra vez a las disparadas y yo no pude ni siquiera ir al baño.
Es que siempre es lo mismo. Cuando está rumbeando hacia un lado, la detienen de un lado, de otro y de más allá. No sé si por popular, porque no hay otra (es lo que hay), porque siempre pone la oreja al que lo necesita, etc. etc. Yo, habitualmente, me evado discretamente y la espero en algún lugar convenido previamente. Pero esa madrugada debíamos ir a Chos Malal juntos a una reunión de urgencia.
– Dále… Andá que te espero.
– No, gracias, si me aguanto. Mejor no perdamos tiempo.
Le hice caso, y le metí pata.
A mitad de camino, al ver que la cosa se ponía peliaguda, ofrecí parar cerca de una mata de yuyos.
-No, dejá nomás que se nos hace tarde.
Respetuoso de su necesidad de rapidez por encima de su necesidad evacuatoria, seguí el camino no sin observarle alguna que otra contorsión pretendidamente disimulada de su parte.
Trabajamos toda la mañana duramente. La reunión no era moco de pavo.
Ya me había olvidado del episodio urinario. Es que el conflicto institucional daba para mucho. Hasta que, luego de una agotadora tarea que incluyó sistematización y producción de un documento, la propuesta post tarea. Salimos a comer unas pizzas a la vuelta. Y para rematar, Adrián propone unos helados. Caminamos unas pocas cuadras, y llegamos al lugar de expendio.
– Yo, uno de coco y dulce de leche.
– Yo, por favor, de frutos del bosque.
– Y para mí, agréguele un baño de chocolate. Voy a aprovechar la oferta de la casa.
Y todos, automáticamente, miramos al cartel de afuera, al lado de la puerta de la heladería, justamente ubicado sobre la calle Sarmiento, a media cuadra de la plaza, sobre la mano derecha. baño gratis (PERO DE CHOCOLATE).