Esta historia es del turco Quiroga, afamado médico del Hospital de Rincón de los Sauces.
Estaba en la guardia del Hospital Patterson, de San Pedro de Jujuy. Allí fue que llegó Don Abel Abuelo Camayo, acompañado por Juan, el agente sanitario.
Don Abel, envuelto en un halo alcohólico por demás portentoso, se había accidentado.
Como otras noches fue al río a cazar sábalos. Armado con un palo y un cuchillo atado en su punta, en cuanto observaba un sábalo lo fijaba, es decir, lo ensartaba con arpón para luego extraerlo.
El pequeño detalle es que para hacerlo se iluminaba con un poderoso reflector.
Esta operación exigía una cuidadosa sincronía hombrereflector-arpón. Sincronía que en este caso quedó absolutamente destruida por el aditamento etílico.
La asincronía es mala consejera, más cuando se acompaña con equilibrios dudosos, reflector que complica, alcoholemia elevada y cuchillo filoso.
De resultas de todo esto se produjo una herida cortante en el muslo medianamente profunda de la que manaba abundante sangre.
Una vez realizada la hemostasia, delicada palabra que en realidad quiere decir anulado el chorro de sangre que se perdía, el turco Quiroga le largó el sermón médico correspondiente.
– Ud., abuelo, se pegó el machetazo porque está alcoholizado.
– No… Doctor… no puede ser. A usted le parece nomás.
– Usted no me puede negar que está alcoholizado. Mire…
Y el turco, en una maniobra médica rayana en el lirismo, procede a pasarle en la piel del antebrazo agua oxigenada.
De resultas de la maniobra aparecieron burbujas en la superficie dérmica.
– Ahh… claro. Has chupado cerveza.