Marcelo es un amigo, a quién conocí cuando cursaba su Residencia en Medicina General, en el Hospital de Zapala. Como diría Gabriela Pérez, Marcelo era uno de los “preferidos”. Y tiene razón, uno se vincula de diferentes modos con uno y con otro.
Como si fuéramos personas.
La cuestión es que Marcelo era muy especial. De baja estatura, con la alegría siempre presente en su semblante, infundía esperanza. Y no es poco en un médico. Y en una persona.
Por supuesto, esta característica hacía que los que lo conocían inmediatamente lo elegían como médico de cabecera. Sus listas de consultorio externo eran interminables, y siempre recibía a muchos que no alcanzaban a anotarse en la Mesa de Entradas. Cosas de las popularidad sanitaria.
Doña Manuela lo consultaba con frecuencia. Acompañada por María, su única hija. Su epsposo, don Eufrasio, falleció cuando María tenía dos años. Fue entonces que ambas migraron del paraje donde vivían al pueblo de Aluminé.
A su vez y entre sí, madre e hija construyeron una relación simbiótica, como dicen los que saben de estas cosas. Estaban juntas todo el tiempo disponible, se cuidaban mutuamente. Y ese afecto también se expresaba en el sentimiento que tenían hacia Marcelo.
Doña Manuela sufría de una enfermedad respiratoria crónica. Por ello y por los deseos de ver a Marcelo recurrían muy seguido al hospital.
Esa tarde Marcelo, luego de la conversa y revisación habitual, optó por indicarle antibióticos.
– Por suerte justo ayer vino el visitador médico y me dejó unas muestras. Espérenme un poco que ya se los traigo.
Y solícito el cordial Marcelo le proporcionó a las simbióticas las muestras del caso.
– Una píldora a la mañana y otra a la noche. Y no se olviden de las vaporizaciones. Y de venir la semana próxima para ver como sigue.
– Descuide, doctor. Además, cualquier cosita venimos antes.
Y vinieron antes nomás. Al otro día estaban presentes en el pasillo del hospital.
Porque como jugaban de locales, ni siquiera se tomaban el trabajo de anotarse en la lista de consultorio.
– ¿Cómo anda, abuela ? Espero que esté haciéndose las vaporizaciones y tomando el antibiótico. Es mejor hacer las cosas bien para que no haya complicaciones.
– Sí, doctor, pero la mamá anda a las vueltas esta vez. Se hizo las vaporizaciones, pero no quiere saber nada con el remedio que usted le dió.
– Es que la María me quiere hacer comer trapo, y yo no ando para esas cosas.
– No diga esas cosas del tratamiento del doctor Marcelo. No sea malagradecida. Está bien que tenga un poquito de olor a perfume, pero para curarse a veces hay que darse un poquito de maña, también.
– ¿Cómo es eso del olor a perfume ? A ver, por favor muéstrenme los remedios.
Ahí nomás la María le pasó a Marcelo las tres cajitas que albergaban en su interior los presuntos antibióticos salvadores.
Y Marcelo, luego de abrir una de ellas, extrajo, cuál prestidigitador circense, un delicado y perfumado pañuelito color anaranjado claro, adornado con exquisitas y pequeñas flores alegóricas que encuadraban la propaganda científica gráfica de rigor:
FRULID CURA.