Las piedras de don Cura

Don Pascual Curá nunca le había hecho al hospital del pueblo. A la visita médica del paraje iba porque era el rejunte de la paisanada. Mientras los vecinos hacían junta para churrasquear y probarle a la taba, los coltros se controlaban la salud con la doctora y las mujeres aprovechaban para sus comentaciones.

De todos modos si algo le hacía mala maña, ahí estaba la meica, doña Venerada.

Entendida en huesos y yuyos. Y nada mala para comadrona.

Justo el día anterior con los vecinos acordaron hacer trahün. Y ya que estaban, no le hicieron asco a un apoll, con un mudai más o menos, para que caiga bien.

Pero no le rindió porque a la noche le agarró el dolorimiento en el flanco. De esos que se retuercen. Y eso que los bofes no estaban tan condimentados. El té de llancalahuen no calmó al triperío.

Así que esa mañana, después de haber pasado una noche de aquellas, lo había mandado al Eusebio que lo campee a don Herminio. El sanitario se apareció al toque. Bien alentado. Vaya una por tantas…

– Y sí, don Herminio. Ayercito nomás me vine a resbalar de la invernada, y justamente nos juntamos para una picadita.

El agente sanitario, prudente, semblanteó a don Pascual, y le adelantó:

– Me parece que mejor llamo la ambulancia al pueblo. Más vale temprano que tarde…

– ¿ Le parece pa`tanto, don Herminio ?

– Sí, don Pascual, y le pido que no me haga mala maña. Para eso estoy.

Y aprovechando la radio de la escuelita del paraje, ventaja comunicativa que le dicen, solicitó vehículo, que se apareció al tiempito nomás. Bien alentado el chofer.

Cecilia estaba de médica de guardia. Hacía una buena yunta galénica, junto al Hipie Marcelo. Le pegó una revisada de entrada, un suerito, una manguera que le entraba por la nariz y le chupaba jugos del triperío, y don Pascual estaba como nuevo.

Pero tuvo que bancarse un viaje a Zapala para anális y ecografía. Quedó asombrado don Pascual por los brillos de los aparatos.

– Y bueno, por ahora está de alta, pero vá a tener que manejar la comida, hasta que tenga turno para operarlo.

– Estamos muy ignorantados. Nosotros paisanos somos.

– Lo que pasa es que tiene piedras en la vesícula, abajo del hígado.

– No puede ser, doctora, no puede ser. Ustedes estarán bien maquinados de su parte, y yo habré comido de todo. Hasta lagartija le he hecho. Saltadita a la sartén, con ajo y cilantro, o en empanadura. Hay que probarla, créame. Pero, la verdad, nunca le hice a las piedras. Porque para tanto no me dio nunca el hambre.

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