Como es bien sabido, Canay queda en el centro de Chos Malal. Allí podemos comer una hamburguesa, pizza o alguna minuta. Exactamente a la vuelta del hospital viejo. Lo que ahora es la zona sanitaria III. Donde también supo vivir, hace un montón de años atrás, mi amigo Malcolm Elder con su familia.
La cosa es que lo que fue en un principio un bolichito decorado, eso sí, con muy buen gusto, de a poco se fue convirtiendo en el lugar de encuentro en el pueblo. El lugar de Don Chafa, ahora atendido por su descendencia, un lugar con historia.
Y a la tardecita sigue siendo bueno sentarse en el patio del frente en verano, o cerca de la ventana en invierno, para escuchar y compartir las comentaciones:
– Allí va la Estercita, se nota que se viene arreglando mucho últimamente. Vaya a saber a quién le estará echando el ojo…
La cosa es que en el patio de adelante, donde acomodaban mesas y sillas en el verano, están los famosos árboles de Canay.
El patio también fue cambiando. Le pusieron cerámico en el piso, lo envidriaron por adelante y colocaron en el techo unas chapas claritas como para dejar pasar la luz.
Para todo le agarró la modernidad menos, por suerte, para los árboles. Porque ni se metieron con los árboles. Lo único que faltaría.
Siempre me llamó la atención la arrolladez de los árboles.
Nunca vi tronco y ramas con tantas vueltas como los árboles de Canay. Si hasta los sauces eléctricos eran como un álamo comparados con estos famosos.
Muchas veces estuve por preguntarle a Don Chafa, el patrón del lugar, de dónde sacó esos ejemplares. Pero por suerte me contuve porque con seguridad la historia “verdadera” no iba a ser tan linda como la que se me fue armando en la mente.
Y así muchas veces elegí el lugar para estar con un amigo, charlar con un grupo después de la tarea, pero también para juntarme con éstos árboles. Mientras seguía degustando del misterio de su circularidad.
Esa madrugada estaba bien cansado. Habíamos estado trabajando en la zona sanitaria preparando un seminario. Y qué mejor que una cervecita antes de ir a acostarnos. Por supuesto el único lugar abierto en la poco madrugadora Chos Malal era el boliche de Canay.
Justo cuando llegamos se retiraban un buen montón de parroquianos. Y ahí quedaron, sobre las mesas numerosas botellas de cerveza, alguna que otra de vino y en alguna de ellas y en muchos vasos restos de bebida que escaparon de las gargantas de los sedientos.
Y Don Chafa, mientras nos atendía, se puso a limpiar y arreglar su local. Para facilitar la tarea fue vaciando los restos de cerveza y otras bebidas alcohólicas en una jarra ad hoc y el contenido de la jarra se fue multiplicando progresivamente.
Cuando la tuvo casi llena, Don Chafa, previa bichada disimulada, me aclaró el sentido del misterio circular. Fue cuando procedió a regar con el contenido de la jarra los ejemplares vegetales del patio de adelante del boliche de Canay.