La realidad es que Livio contando cuentos contagia entusiasmo. Éste es otro de la serie. Y le salen lindo los de la saga del Viejo Bandurria.
La Institución Policial de Trevelin, en las pasadas épocas de actividad de don Bandurria, no gozaba de los adelantos tecnológicos del presente. Hay que decirlo, el presente tampoco es una maravilla .
En el pretérito al que me refiero, la repartición contaba como dispositivos móviles de una bicicleta y media. Es realidad teóricamente eran dos, pero cuando se necesitaba una estaba pinchada, o la otra desinflada y la gomería de la vuelta cerrada por huelga, asado popular, familiar o individual, por
cumpleaños o duelo, y así.
La realidad es que muchas veces, es decir casi siempre, había que darle al tranco nomás. Aparte caminar es bueno para la salud, aunque para contrapesar el ingreso de tanto asado no había maratón suficiente.
Lo cierto es que a don Bandurria le había tocado cumplir una misión delicada: trasladar un detenido, precisamente su vecino, don Angurriento Rodriguez, apresado por presunto homicidio de una vaquillona de la chacra de don Despojado Espinosa, justo al lado de la suya.
Según los allegados de don Angurriento, éste operó en defensa propìa, dado que el bovino femenino había invadido de manera subrepticia su territorio, y uno nunca sabe, porque basta mirar una película de toreros para ver como se las gastan estos agresivos-as.
Dichos argumentos, y otros, todos propalados con el modo de rumor, para hacerlos más convincentes, no conmovieron a Su Señoría, el Sr. Juez de Paz don Equitativo Fernández, que procedió a citarlo.
El traslado era de la chacra donde se domiciliaba hasta la comisaría de Trevelin para sustanciar el correspondiente sumario. Después se haría cargo de la situación el Juez Correccional que le dicen.
Don Angurriento, como buen vecino, ya que estaba tomando unos matecitos acompañados de las consabidas tortas fritas, gustosamente ofreció a su visitante y vecino compartir el menú, lo que fue velozmente aceptado por el nunca bien ponderado representante de las fuerzas de la ley y el orden de la localidad.
Una vez satisfechas las necesidades vitales correspondientes don Bandurria, con gesto austero y panza llena, invitó a don Angurrriento a ascender al habitáculo del móvil que había conseguido prestado.
Es que por ser una misión especial, don Bandurria, que recién estaba aprendiendo a manejar, no titubeó en solicitar a don Generoso Benavídez su Chevrolet 400. Nadie puede dudar del compromiso laboral de nuestro héroe. Y de la intrepidez de don Generoso.
– Suba nomás, don Angurriento. De paso le vamos haciendo a las contadas y a los matecitos. Pero antes ensíllelo un poco para que aguante hasta el pueblo.
Y así entre mate y mate, alguna que otra frenada, algún que otro giro de volante, el móvil se fue acercando al poblado. Quedó evidente que su capacidad conductiva dejaba mucho que desear.
Repentinamente se oyó una explosión y una pérdida relativa del control de la conducción por parte de don Bandurria, si es que en algún momento lo tuvo.
Detenido el vehículo, don Bandurria observó compungido una rueda destruída. Se rascó la pelada dubitativamente, como valorando la estrategia a seguir. Es que nunca se había encontrado en situación semejante.
Afortunadamente don Angurriento, menos intelectual pero más operativo, se puso a manos a la obra para cambiar la rueda, munido del gato, llave cruz y auxilio que prestamente buscó y encontró en el baúl.
Ya estaba completando la tarea en la soledad más absoluta, cuando, mientras se seguía rascando, contemplativo, don Bandurria vio volar por el fuerte viento su gorra. También don Angurriento se dio cuenta del imprevisto, y reaccionó prestamente:
– No se moleste, don Bandurria, que se la traigo.
Y ya se había incorporado cuando el representante de las fuerzas del orden y la seguridad local lo detuvo enérgicamente:
– Ni lo piense., Yo busco mi gorra. Porque sabe, don Angurriento, yo soy muy delicado con la seguridad, y no quiero facilitar la fuga de ningún detenido a mi cargo.