El destacado psicólogo rural con asiento en Río Colorado fue requerido por el enfermero de guardia del hospital.
Si bien estaba entregado a una siesta dominguera, no dudó ni un instante en orientar su amplia anatomía hacia el recinto de atención.
Don Atareado Cifuentes, el enfermero en cuestión, le señala, mientras cambiaba la curación de una abuela y preparaba inyectables para otros, aparte de controlar desde lejos la nebulización de un niño:
– La señora pidió verte. Está en el consultorio de la guardia.
Al ingresar al ámbito mencionado, Daniel se lleva una sorpresa. Lo estaba esperando doña Impudica Enriquez, en la camilla ginecológica, inquieta y sin ropa de la cintura para abajo.
– Perdón… Usted me buscaba ?
– No… Para nada. Yo le pedí al enfermero por el “sinicólogo”.
OTRA MAS
Don Nicotino Rodríguez es peón de los pagos de Río Colorado.
Buen domador, mejor asador, ostentaba también otra más que dudosa cualidad: fumaba más que un escuerzo.
Uno tras otros, los cigarrillos se sucedían en sus alvéolos pulmonares.
Sus accesos de tos nocturna eran más que famosos. Su esposa e hijos no querían compartir su habitación para dormir.
Y no por falta de cariño precisamente.
En eso andaban cuando Aventurado, el mayor, que ya dormía afuera pues estaba rejuntado con la Florinda, resolvió llevar a su progenitor a consulta psicológica.
Se había enterado por la radio FM que los psicólogos podían servir para eso. Al fin para algo !
Por supuesto el demandado era el inefable Daniel Gómez.
Fue entonces que el representante de las ciencias de la conducta registra en don Nicotino una onda autoagresiva:
– Y porqué cree usted que fuma tanto ?
– Es porque quiero suicidarme fumando.
– No le conviene. Le hace mal a la salud.
– Al final lo que voy a tener que hacer es tirarme al río.
– Yo que usted lo pensaría dos veces. Mire que está haciendo frío este invierno.
EL DOLOR DE LA ABUELA
La abuela Dolorida Sifuentes no andaba bien. Los hijos y nietos la llevaron al consultorio de Daniel.
– No come casi nada, no quiere ni caminar, se encierra y no sale.
En la primera entrevista Daniel registra que, en realidad, lo que condiciona la conducta de la abuela es una fuerte lumbalgia.
– Creo que antes que una psicoterapia la abuela necesita una consulta traumatológica. Me parece que tiene un compromiso del nervio ciáticvo. Les propongo que lo vean al Dr. José, que de esto entiende
más. Y cualquier cosa la traen acá de vuelta.
Rápidamente la llevaron a ver al traumatólogo, y el mismo día la abuela vuelve a ver a Daniel para que esté al tanto de la novedad.
– Y qué le dijo el Dr. José que le andaba pasando ?
– Y… me dijo que lo que me pasa es que tengo un nervio “asiático”.
QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA…
La consulta venía cojuda.
Andrés, finalmente luego de dos sesiones infructuosas, comenzó a expresarse verbalmente. Y trataba de contar cosas de su historia, difícil historia por cierto.
De vez en cuando se trancaba un poco, se destrancaba con los mates de Daniel, y seguía.
Se había escapado de su casa cuando adolescente. Afán de aventura, necesidad de zafar del padre autoritario, vaya a saber qué…
La cosa es que al poco tiempo se enganchó con un circo y recorrió lugares, conoció gente, armó pareja, tuvo hijos.
Pero en su interior estaba la culpa por haber abandonado, sobre todo, a su mamá.
– Y sí… don Daniel, creo que voy a tener nomás que llegarme hasta la casa. Para peor me enteré que hace muy poco mi mamá se quedó viuda. Se ha de sentir mal la pobre. Y pensar que era su hijo preferido.
Alentado por Daniel, al poco tiempo Andrés se reencontró con su mamá en la vieja casona de Patagones.
El encuentro, como es de imaginar, fue sumamente emotivo.
La nueva entrevista, también. Muchas cosas tenía Andrés para contar.
– Y sabe.. don Daniel, pude llegarme a la casa. Y me encontré con mi mamá. La ví con mis propios anteojos.