Don Cori (Cornelio) Van Dorseen era el referente del aserradero de Hua Hum. Uno de los empleados era un dinamarqués, experto en la construcción de embarcaciones, aunque lo que más hacía era tomar mate.
Alrededor de su sitio preferido, debajo del maitén cercano al lago, se observaba una enorme cantidad de yerba usada.
Un día don Cori le encomendó:
– Necesitamos una lanchita para uso diario. Así no utilizamos a El Cisne (la balsa grande).
El dinamarqués quedó comisionado para construir la lanchita.
Lo hizo, pero a su ritmo, que distaba del vértigo. De vez en cuando, con viento a favor y barranca abajo, armaba una costilla. Muy de vez en cuando, cada muerte de obispo, sumaba una tabla a la borda, y así…
Hasta que llegó el momento en que don Cori le llamó la atención:
– Hace ya mucho que le encargué la lanchita y no veo que avance en su construcción. ¿Qué pasa?
El dinamarqués, mientras cambiaba un poco de yerba de su calabacita, optó por contestarle, en tono cansino:
– Para qué apurarse… Uno se va a morir y el trabajo va a seguir sobrando igual.
